Las FAES asesinan y los “colectivos” intentan borrar la memoria de las víctimas

Según Provea y el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, hubo once asesinados en el Distrito Capital,  por funcionarios policiales y presuntos colectivos, durante las manifestaciones contra Nicolás Maduro

Erick González @erickgncal / Fotografía Carlos Ramírez / Proiuris
01/02/2019

 Con una capa de pintura quisieron volver a sepultar a Alixon Dos Santos Pizani, el primer asesinado durante la más reciente oleada de manifestaciones antigubernamentales. Quisieron borrar pruebas que, aunque no sean “de interés criminalístico”, evidencian el repudio a la brutalidad policial desatada contra los que protestan en los barrios populares de Caracas.

No había concluido el novenario del joven, cuando trabajadores de la Alcaldía de Caracas, acompañados de integrantes de “los colectivos” que operan en la zona, profanaron el mural pintado en la entrada de Cútira, con el cual sus amigos quisieron honrar al joven de 19 años de edad, asesinado el 22 de enero de 2019, a manos de funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana, según aseguran familiares y vecinos.

El episodio del mural fue otro golpe para Navia Troloro Pizani, la tía de Alixon, que se muestra endurecida por el dolor. La mujer de 45 años de edad no llora y, mientras relata la historia de su sobrino, mantiene su mirada fijada en el altar que erigió en un rincón de su casa: cinco fotografías del muchacho coronadas con la bandera de Venezuela.

“No descansaré hasta que se haga justicia por el caso de mi sobrino. No mataron a un perro, ni a un malandro. Fue a un joven trabajador, cálido y con dolientes”, advierte.

Cuenta que Alixon trabajaba “en la panadería de Oswaldo”, otro vecino. Y que era muy apegado con su abuela. “Ellos hasta dormían  juntos”, dice Navia, mientras prepara una taza de café. A su lado, la anciana de 70 años de edad asiente: “Cuando nació agarró una bacteria. Se salvó, casi de milagro. Desde entonces vivía con nosotros. Yo crié a ese muchachito”.

“Entrar a la casa y no verlo me duele mucho. Cuando se sentaba en esa silla — hace una señal con su mano—, yo pasaba y le daba un coscorrón. Era mi forma de mostrarle cariño. Y como no quererlo y extrañarlo, si yo hasta lo amamanté”, dice la tía y, solo por un instante, se enternece.

Las exequias de Alixon se prolongaron durante tres días en la casa donde se crió, en la parte alta de Alta Vista. Fue por decisión de su familia. “No quería separarme de él. Además, también los vecinos necesitaban despedirse de mi muchacho. Es más, tanta fue la gente que llegó que trancaron la calle”, acotó Navia.

Alixon fue enterrado en la tumba donde están los restos de su abuelo materno, en el Cementerio General del Sur, el sábado 26 de enero, a las 10:00 am. Según la base de datos de Provea y el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, el joven es uno de los once fallecidos del Distrito Capital,  a manos de funcionarios policiales y presuntos colectivos, en el contexto de las manifestaciones populares en contra de Nicolás Maduro.

Disparo al corazón

Alixon Dos Santos estudió en la Unidad Educativa Miguel Antonio Caro, en la avenida Sucre, municipio Libertador. Justo al frente del plantel fue asesinado. Comenzó a trabajar desde que tenía 15 años de edad. “Prácticamente mantenía a mi mamá con su trabajo. El día que hicimos el velorio, lo llevamos a la panadería por petición del señor Oswaldo. Él también quedó muy afectado. Quería que su muchacho visitara por última vez su sitio de trabajo”, relató la tía.

Ese noche -recuerda Navia Pizani- estaba en su casa, distraída, revisando redes sociales. No sabía que a menos de un kilómetro, cerro abajo, varios vecinos salieron a manifestar en contra del gobierno de Maduro. Mucho menos que funcionarios de las FAES llegaron a reprimir a los manifestantes.

A las 9:30 pm, un motorizado se aproximó a su casa y desde la calle le gritó: ¡Nivia, Nivia, a Alixon le dispararon!

“Deja la pendejada, que esos no son juegos”, respondió la mujer. En segundos, su incredulidad viró a desconcierto cuando vio llorar al mensajero, que la conminó a subirse a la moto rumbo al hospital Periférico de Catia.

Al entrar al área de emergencia, una fila de médicos y enfermeras la condujeron hasta la camilla en donde yacía el cuerpo sin vida de su sobrino, cubierto hasta la cabeza con una sábana blanca. Un disparo al corazón (el impacto fue en el hemitoráx izquierdo) acabó con la vida del joven.

Los médicos solo dijeron que lo trajeron unos manifestantes en motocicleta, apunta Nivia. Y también recuerda que allí mismo, en el hospital, varios de los muchachos que estaban cerca de Alixon cuando recibió el impacto de bala gritaban con rabia: “¡Fueron las FAES, fueron las FAES! Nosotros los vimos, con sus uniformes y sus armas. Todo el mundo en estos barrios los reconoce”.

Firme contra la impunidad

“No me van a callar. No voy a descansar hasta que sepa que se hizo justicia por este asesinato. Ya se lo prometí a Alixon y le pedí que me mande fuerzas para hacer lo que sea necesario”, repite la tía de Alixon.

Los familiares no han formalizado la denuncia del asesinato, pues primero quieren “armar un expediente”, recabar pruebas que demuestren que funcionarios de las FAES son los responsables.