Víctimas de homicidio en Caracas son también las más excluidas del sistema educativo
Según Monitor de Víctimas, 87,5 % de las personas que murieron por causas violentas nunca cursaron estudios superiores
Quienes caen en medio de ajustes de cuentas, ejecuciones, resistencia a la autoridad o enfrentamientos entre bandas suelen tener un nivel educativo menor que quienes matan durante robos y secuestros o por violencia de género o política
“En la medida en que el adolescente se desvincula del hecho educativo, aumenta la posibilidad de que ingrese a cualquier círculo de violencia en su entorno”, afirma Fernando Pereira, coordinador general de Cecodap.
Gerardo Antonio Daboín Velázquez solo terminó la primaria. Su familia dice que aunque sus padres lo llevaron a psicopedagogos y psicólogos, no tenía interés por estudiar. En su lugar, prefirió trabajar como ayudante de electricista, oficio con el que se mantuvo hasta que las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana lo mataron en marzo pasado dentro de su propia casa, en la calle Real del sector La Gran Parada, en Carapita, al oeste de Caracas. Tenía 26 años y un hijo.
En otro procedimiento, el mismo cuerpo de seguridad ejecutó, de acuerdo con el testimonio de sus allegados, a Richard José Silva, de 21 años, en el urbanismo de la Misión Vivienda Nuevo Barrio Macarao, al suroeste de la capital venezolana. Sucedió el pasado 27 de abril, a las 5 de la mañana y todo lo ocurrido se debió a una confusión: en la torre que estaba frente a la suya, vivía un joven con el mismo nombre que sí estaba implicado en robo, secuestro y extorsión. Este último era a quien buscaban los uniformados. Pero en el momento de la operación, no estaba allí.
Richard, cuentan los suyos, tampoco llegó a bachillerato. Apenas alcanzó el 5to grado de primaria porque tenía problemas visuales y de aprendizaje que nunca se trató. Aprendió a leer y a escribir y a los 18 comenzó a trabajar. Se fue unos años hasta el oriente venezolano, específicamente a Cumaná, estado Sucre, donde laboró como vendedor de pescados. Había regresado este año a Caracas, donde había montado en su casa una “lotería de animalitos”. A ratos también trabajaba como obrero de la construcción.
La mayoría de las víctimas de homicidio en el Área Metropolitana de Caracas casi nunca supera el bachillerato. Muchos de ellos solo estudiaron hasta los primeros años del ciclo básico (de 1ero a 6to grado) y buena parte no logró culminar sus estudios de educación media.
Los datos recogidos por Monitor de Víctimas en su primer año arrojan que 87,5 % de las víctimas de homicidios en Caracas no llegaron a tener estudios superiores o universitarios.
En el transcurso de 13 meses (entre mayo de 2017 y mayo de 2018) se registraron 1.739 homicidios. De estos, se pudo conocer el nivel educativo que habían alcanzado 1.105 víctimas. Así se confirmó que 453 (40,9 %) solo habían estudiado primaria y que 516 (46,6 %) llegaron hasta secundaria.
El último censo poblacional realizado en Venezuela por el Gobierno nacional, en el año 2011, estableció que la población que solamente había estudiado hasta primaria o secundaria estaba estimada en 67 % (17.354.987 de 25.780.537 de habitantes), un número que resulta 20 puntos porcentuales menor al de las víctimas de homicidio que cursaron esas mismas etapas del sistema educativo: 87,5 %. Tal contraste señala que a menor educación hay mayor probabilidad de estar expuesto a una muerte violenta.
“La escuela permite, de alguna manera, que los muchachos estén ocupados. No habiendo opciones vacacionales que te ofrezcan una alternativa o una recreación de manera segura y protegida, aumentan las muertes violentas y los homicidios, así como la posibilidad de que los niños y los adolescentes se involucren en actividades del circuito de la violencia con consecuencias fatales. En la medida en que el adolescente se desvincula del hecho educativo, aumenta la posibilidad de que ingrese a cualquier círculo de violencia en su entorno”, señala Fernando Pereira, fundador y coordinador general de Cecodap, una organización que trabaja en la promoción y defensa de los derechos humanos de la niñez y la adolescencia.
Para el experto, la escuela representa una especie de muro de contención ante la violencia para los más jóvenes. La afirmación la hace con base en el seguimiento que, entre 1997 y 2009, hizo Cecodap a través de la revisión de los anuarios de mortalidad del Ministerio de Salud, en los cuales se observó que durante los meses de vacaciones (julio, agosto, septiembre, enero) aumentaban los homicidios de niños y adolescentes.
Un caso similar al de Daboin y Silva es el de Darwin José Valecillos Colmenarez, quien nunca pasó de primer año de bachillerato. Un familiar dice que “como todo muchacho, empezó motivado”, pero poco después dejó la escuela para ponerse a trabajar como albañil. En ese mismo oficio se desempeñaba hasta que el pasado 13 de mayo, Día de las Madres, lo mataron para quitarle su moto. Tenía 24 años y tres hijos.
De acuerdo con la sociólogo e investigadora Verónica Zubillaga, los más vulnerables a los homicidios siempre son también los más excluidos. Las víctimas, comentó, suelen ser hombres jóvenes y morenos que han recibido poca o ninguna educación, de allí a que muevan su economía a través de pequeños trabajos o estén subempleados, tal como lo estuvieron Gerardo, Richard y Darwin.
Por eso no es casual que los datos de Monitor de Víctimas arrojen también que, además de no haber cursado estudios superiores, el oficio de obrero o albañil sea el más común entre las víctimas de homicidio, sobre todo en aquellos que solamente cursaron los primeros años de estudio: 86 de los que habían alcanzado primaria y 87 de los que llegaron a secundaria tenían esta ocupación.
Las causas de los homicidios de la mayoría de estas víctimas parecen ir de la mano con el grado de instrucción que recibieron los afectados. Las brechas entre quienes cursaron estudios superiores y quienes no, son mayores en móviles como ajustes de cuentas, ejecuciones, resistencia a la autoridad, riña o pelea y enfrentamiento entre bandas. En cambio, estas se reducen cuando las personas caen en medio de robos, secuestros, violencia de género y violencia política.
Los nombres de Gerardo Antonio Daboín Velázquez y Richard José Silva están entre los 301 casos de caraqueños ejecutados por cuerpos de seguridad entre mayo de 2017 y mayo de 2018. Así como ellos, hay otras 116 personas asesinadas por la misma causa que tampoco superaron la educación primaria. En este grado de instrucción, por cierto, está el grupo más numeroso de víctimas en este móvil. Les siguen otros 109 ejecutados que estudiaron hasta secundaria y cuatro que no tenían ningún tipo de estudio. Solo 9 víctimas de ejecuciones habían llegado a la universidad. En 61 de los casos registrados no se consiguió este dato.
Algo similar ocurre cuando se revisan las cifras de los homicidios por resistencia a la autoridad, es decir, aquellos caídos que supuestamente sostuvieron enfrentamientos con cuerpos de seguridad, tal como ocurrió con Edwin García, en la calle San Marín de San Agustín del Sur, al oeste de Caracas. Aunque su familia se negó a dar detalles del caso, sí admitió que el joven de 24 años delinquía, tenía antecedentes penales y que murió en medio de un operativo de las FAES en el sector donde residía. Solo había estudiado primaria. “Él era malandro”, afirmó un pariente cuando se le preguntó a qué se dedicaba.
En esa misma calle, pero en junio de 2017, funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) le dispararon a Luigi Alfredo García González cuando este huía de la casa de su abuela. El joven, de 25 años, dejó huérfanos a cuatro niños. Había estudiado hasta primaria al igual que Edwin García y se desempeñaba como albañil.
Aunque en la mayoría de los casos de resistencia a la autoridad –210 de 305– no se pudo obtener este dato, sí se conoció que 44 habían estudiado hasta secundaria y que 42 lo hicieron hasta primaria. Cuatro víctimas eran universitarios y 5 no tuvieron ningún tipo de educación.
La sociólogo Zubillaga afirma que muchas veces las víctimas de homicidio, al no tener oportunidad de optar por un empleo formal o de permanecer dentro del sistema educativo, se ven obligados a moverse en medio de “economías ilícitas”, es decir, ganan dinero a través de actividades que son un delito, como la venta de drogas, la extorsión o el robo. Otras tantas veces, lo que las motiva a unirse a bandas armadas es el hecho de no ver procesos de justicia, esto quiere decir que: “Se ven forzados a cobrar una muerte de algún familiar cercano y por eso terminan en grupos criminales, generalmente en posiciones bajas, como vigilantes, o gariteros”, recalca. En ambas situaciones se convierten en un blanco fácil de las fuerzas policiales.
“Todo esto es producto de un profundo proceso de exclusión social”, resalta la investigadora. Señala que la Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopna) ampara y vela por el bienestar de los muchachos hasta que cumplen 18 años. “Pero después de la mayoría de edad, los jóvenes quedan en una especie de limbo, sin una legislación que los proteja, es un sector social huérfano”, dice y agrega que ni siquiera el plan Chamba Juvenil, creado por el gobierno de Nicolás Maduro, ha logrado ocuparse de este grupo etario que termina empleado como albañil en obras públicas, sin afiliación al seguro social, con sueldo mínimo y sin posibilidad de una reinserción escolar.
Pereira coincide con Zubillaga y enfatiza que, en Venezuela, el fenómeno de los “ni-ni” –término acuñado para los jóvenes que ni estudian ni trabajan– se agrava porque en el país no hay, fuera del sistema educativo, opciones de capacitación que permitan a los jóvenes insertarse en el mercado laboral. “Ha habido un desmantelamiento de las opciones de recibir formación alternativa a la tradicional, tal como lo eran el INCE y las escuelas técnicas. Entonces, dejas a los jóvenes sin opciones, sin empleo y sin estudio”, subraya.
La crisis venezolana, dice, empeora el escenario. “En una economía en contracción y con decrecimiento, las posibilidades de empleo son menores para los menos capacitados y experimentados. Por eso, para los adolescentes desocupados, los factores de riesgo y peligro aumentan porque no encuentran oportunidades y las opciones que hay son acceder al dinero fácil y rápido, que lo encuentras en las actividades al margen de lo legal y que implican estar asociados a la violencia. Esto pasa sobre todo en una economía donde los ingresos que se pueden percibir con un empleo formal no son suficientes”, sostiene el directivo de Cecodap.
En el móvil de robos, en el que se registraron 356 muertes, hay mayor cantidad de víctimas que cursaron tanto estudios superiores (51) como de cuarto nivel (6). Entre ellas está el gineco-obstetra René Gustavo Toro Alzaibar, de 58 años de edad, asesinado dentro de su consultorio en la Clínica Las Ciencias, en la urbanización Los Chaguaramos, parroquia San Pedro del Distrito Capital. Al médico lo mataron el 18 de agosto de 2017 un hombre y una mujer que ingresaron a su lugar de trabajo como si fuesen pacientes. Lo apuñalaron para robarse su laptop, el teléfono celular y los cables transductores del equipo para ecosonogramas.
Hubo 133 personas que murieron en medio de asaltos que solo llegaron a secundaria y otras 89 que lo hicieron hasta primaria. En 74 de los casos no se pudo registrar el dato del nivel educativo.
Las víctimas de violencia de género también tienen un mayor nivel educativo que el que registran el resto de otros móviles de homicidios en Caracas. Durante los 13 meses que abarca esta investigación hubo 18 casos y, entre estos, ocho de personas que cursaron hasta secundaria, cuatro que llegaron a la universidad y dos con postgrado.
Una de estas víctimas fue Amarís Martínez, una odontopediatra y ortodoncista de 39 años, quien fue asesinada junto a su hija por su esposo, Leonardo Brant, el 13 de noviembre de 2017. Ambos se habían separado. Brant su suicidó luego del hecho.
El otro asesinado por violencia de género con estudios de cuarto nivel fue Pedro Enrique García, gastroenterólogo, profesor universitario y hermano del periodista Javier García, que fue asesinado una década atrás en el mismo apartamento del edificio Alto Alegre de Colinas de Bello Monte, municipio Baruta del estado Miranda.
García, el médico, tenía 50 años de edad cuando fue hallado muerto en su casa en marzo pasado. Su victimario, un hombre con quien había entrado a su residencia, lo golpeó con un tubo hasta matarlo luego de que mantuvieron una discusión.
Es precisamente en la franja etaria de García –entre 46 y 55 años– en la que se ubica la mayor cantidad de víctimas con estudios de cuarto nivel: tres. Solo dos personas menores de 46 años, de las 1.105 registradas con el dato del nivel educativo, habían hecho postgrados.
Para Zubillaga, la explicación de estos crímenes también está en la cantidad de pistolas, revólveres, fusiles y escopetas que hay en circulación en el país. “Hay una elevada proporción de armas de fuego con respecto al resto de la región y esto hace que las peleas, que antes eran a puños, ahora sean letales”, indica.
En el Área Metropolitana de Caracas, los datos recabados por Monitor de Víctimas entre mayo de 2017 y 2018 indican que 7 de cada 10 homicidios se cometieron con armas de fuego, un número muy superior incluso al promedio del continente americano, el cual se sitúa en 74 %.
En el móvil de violencia política, las víctimas llama la atención que las víctimas tienen un nivel educativo más elevado que el resto. Los 11 muertos registrados cayeron en medio de los cuatro meses de protestas antigobierno de 2017. ¿Quienes salen a la calle por reclamos políticos están, académicamente, mejor preparados?
La mayoría (7) eran jóvenes que cursaban o acababan de salir de bachillerato, como Neomar Lander, de 17 años, quien murió presuntamente por el golpe de un objeto contundente en el túnel que conecta la avenida Libertador con Chacao, en el estado Miranda.
También hubo tres universitarios, entre ellos estaba David José Vallenilla, de 22 años, quien se desempeñaba como técnico en Enfermería. Fue asesinado cuando un policía de la Fuerza Aérea Venezolana le disparó mientras manifestaba frente la Base Aérea de La Carlota.
Las cifras de Monitor de Víctimas también revelan que existen móviles en los cuales ninguna víctima estudió más allá de secundaria. Ese es el caso de los linchamientos y sicariatos.
Alberto Roldán Lorenzo fue víctima de un asesinato por encargo, así como otras 9 personas que mataron entre mayo de 2017 y mayo de 2018. La madrugada del 10 de febrero de este año, dos hombres que se trasladaban en moto lo atacaron cuando iba a bordo de su camioneta, una Volkswagen Touareg, por la Séptima Avenida de Los Palos Grandes. Vecinos señalaron que le dispararon al vehículo para que se detuviera y, cuando lo hizo, abrieron la puerta y descargaron sus armas. La víctima, de 43 años, recibió más de 7 impactos de bala. Solo había cursado primaria, al igual que otras dos víctimas de sicariato. En este móvil también se registraron seis personas que habían estudiado bachillerato.
En el período consultado para esta investigación se registraron 12 linchamientos. De los asesinados, cinco estudiaron hasta primaria y otros dos hasta secundaria. En los cinco casos restantes no se pudo obtener el nivel educativo de las víctimas.
Uno de los linchados fue Gilber José Coatindioy, de 18 años. El hecho sucedió la tarde del 17 de agosto en la calle Los Frailes de Carapita, parroquia Antímano del municipio Libertador del Distrito Capital. El joven cursó solamente primaria porque debía ayudar a su madre y cuidar a sus hermanos en casa. Según la versión policial, el muchacho había sido sorprendido robando un negocio de la zona junto a otros dos jóvenes. Una poblada se abalanzó sobre ellos. Mientras que los otros escaparon, Coatindioy fue golpeado y rematado con un disparo. Su familia duda que haya estado cometiendo un delito.
Zubillaga insiste en que, para muchos jóvenes, involucrarse en negocios ilícitos termina siendo una forma de sobrevivir. La versión policial indica que esto pudo haber sucedido en este caso. Aquella mañana de agosto, en la morgue de Bello Monte, los parientes de Coatindioy confesaron que no tenían dinero para enterrarlo.
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