La historia de la red de alerta en El Nazareno

Whirleny Soto @miconvive
13/06/20 

Las comunidades de Caracas tienen la capacidad de organizarse. Aunque a veces desde afuera se siente que todo está perdido o que no hay solución para un problema tan amplio como lo es la violencia, los residentes de El Nazareno de Catia nos muestran que sí hay un objetivo en común. Solo hace falta comunicarse y comprometerse para lograr un cambio.

Vínculos de confianza

A inicios de 2019 nos encontrábamos organizando las intervenciones previstas en las comunidades de Libertador para los próximos tres meses. Las intervenciones que realizamos en Caracas Mi Convive parten de la base de generar espacios de escucha y contención con personas que se encuentran constantemente expuestas a la violencia. De esta manera desarrollamos vínculos de confianza entre ellos y proponemos acciones conjuntas. La idea es lograr cambios factibles dentro de sus comunidades que disminuyan los actos violentos.

Andrew Quintero, líder comunitario de Caracas Mi Convive, identificó la comunidad de El Nazareno de Casalta, en Catia, para poder llevar a cabo la siguiente intervención.

Los vecinos del sector vivían constantemente con miedo, pues las escaleras principales eran un espacio peligroso y difícil de transitar. Allí ocurrían actos violentos, en su mayoría robos a mano armada, cometidos por jóvenes identificados como ajenos a la comunidad. También existía un alto control social por parte de grupos informales armados, quienes repetidas veces abrieron fuego para enfrentarse entre ellos o contra otro grupo armado, sin importar que en medio se encontraran sus vecinos con sus niños.

Luz en la escalera

En el mes de marzo tuvimos el primer encuentro con un grupo de vecinos de El Nazareno. Llegamos hasta la casa de Magaly, una de las mujeres que más se preocupaba por su comunidad y que apoyaba a Andrew en cualquier actividad que resultase en organizar y recrear a sus vecinos. Magaly fue víctima de los robos que ocurrían diariamente en el sector, al igual que todas las personas que se sumaron a la iniciativa.

Este primer encuentro tenía la función de que todos pudieran expresar cómo se sentían con la difícil situación que estaban viviendo. Así como la oportunidad de empatizar con el grupo y entender que la violencia les afectaba a todos. Para muchos, esta fue la primera vez donde pudieron contar su “historia de robo en las escaleras“. La conversación se llenaba de palabras, anécdotas y emociones difíciles de procesar.

“Yo salgo temprano en las mañanas a trabajar y tengo que estar pendiente de que no vengan a robarme otra vez (…) Una de las veces me apuntaron con una pistola y me golpearon para que no gritara. Me dejaron sin dinero y sin teléfono.”

A pesar de que estábamos ahí para hablar sobre los robos en la escalera, el espacio de confianza que tuvieron los llevó a expresar también otros eventos violentos en el sector. En la conversa destacó el abuso de poder por parte de cuerpos policiales del Estado y la muerte injustificada del esposo de una de las mujeres que estaba en aquel encuentro.

“El FAES entra a disparar a los muchachos sin saber quiénes son (…) disparan hasta cuando los niños están ahí volando papagayos y no les importa.”

Al terminar la tarde dimos fin a la discusión. En el ambiente se sentía que estas personas, a través de la palabra, pudieron encontrar una pequeña calma a la angustia que vivían. Identificaron que una de las cosas que hacía que las escaleras fuesen un punto fácil para los robos era que estaban completamente a oscuras, por lo que, como idea final del encuentro, entre todos dieron la propuesta de organizarse para restablecer el alumbrado de la calle. Recolectaron el  dinero y los materiales a través de una verbena con un gran bingo comunitario.

“Inteligencia” comunitaria

Un mes después, a pesar de tener la luz, los robos no cesaban. Sin embargo, en El Nazareno había un escenario diferente, pues ya sus habitantes se conocían y sabían que estaban viviendo juntos la misma situación. Ya no solo era Magaly quien llevaba la batuta en la organización y en las actividades. También estaba Marilú, la mujer que perdió a su marido a causa de la violencia, acompañada de madres y abuelas, como Jenny y La Cheta, quienes velaban por la seguridad de los más pequeños del sector.

Todas ellas empezaron a notar que los robos tenían ciertas características a resaltar. Primero se daban, en su mayoría, durante las primeras horas del día, cuando salía el sol y las personas salían a trabajar; y segundo, que los identificados como ladrones no entraban a la comunidad si se percataban de que había un número importante de personas observando, pues ya se sabía quiénes eran y a qué sector pertenecían. Esto llevó a los vecinos a idearse un plan de vigilancia en las mañanas para poder garantizar la seguridad de las escaleras.

Ejerciendo la democracia

Nos invitaron a un segundo encuentro para darle forma a esta novedosa estrategia de prevención de violencia. Esta vez nos reunimos en casa de Marilú. Allí nos esperaban todas las personas que participaron en la primera intervención, pero también los miembros del Consejo Comunal del sector.

Marilú aprovechó la oportunidad para recordarles que, para que funcionara el plan, todos debían participar sin distinguir ideales o el color de una camisa. Para nuestra sorpresa, en el grupo se encontraba también un hombre que resultó ser el jefe de los grupos armados de la zona y que, además, alegaba también ser oficial de las FAES.

La reunión estuvo liderada por las personas que nos acompañaron durante el primer encuentro. Magaly y Marilú cumplían su rol de llevar la información a los nuevos participantes y explicar en qué consistía el plan de vigilancia del Nazareno.

Los pitos silencian la muerte

La base de esto era recolectar fondos para comprar pitos al mayor, para que pudieran distribuirse en todos los hogares que rodeaban la escalera. Y, a su vez, organizar unos horarios de vigilancia para denunciar alguna conducta sospechosa a través del sonido del pito, el cual se debía ir repitiendo según fuese escuchado hasta lograr hacer mucho ruido y “espantar” a los delincuentes.

Ante esta idea, tanto la jefa del Consejo Comunal como el jefe de los grupos armados no estuvieron de acuerdo. Alegaron que era una estrategia pasiva, que implicaba poner dinero de sus bolsillos y que, además, iba a tomar tiempo ver los resultados. Como contrapartida, el señor que se identificaba como jefe de los grupos armados del sector ofreció sus servicios para “arrancar el problema de raíz.”

“Ya todos sabemos quiénes son, solo necesito que ustedes me firmen la carta donde nos autoricen para encargarnos de esto (…) Pero eso sí, no quiero que después cuando los vean muertos ahí en el piso estén llorando y diciendo que era el hijo de no sé quién.”

Su propuesta venía acompañada de un tono de voz alto y fuerte. Cada vez que nuestro equipo de psicólogas intervenía, el señor subía más el tono, llegando algunas veces a hacer gestos bruscos contra algún objeto que tuviese cerca. Al principio parecía que su discurso y sus gestos mantenían al grupo bajo la línea de la censura, pues nadie hablaba. Pero luego de unos minutos de escuchar lo que implicaba para él “cortar el problema de raíz”, Marilú, con mucho valor, le dijo que no estaba de acuerdo y le recordó que la reunión era para combatir la violencia, no para avivarla.

Con la voz quebrada de la impotencia -o la tristeza- que Marilú sentía en ese momento, puso sobre la mesa la importancia de no seguir con el ciclo de violencia. Expresó que a ella sí le importaba la familia de estos jóvenes o lo que pudiese venir luego de dar una muerte violenta a ellos: una posible venganza en el sector que nadie tendría por qué vivir.

“Yo te voy a decir algo, eso qué tú estás diciendo está mal. La solución no es matarlos. Yo sí siento, a mí sí me importa y a todos aquí también. Allá tú que no sientes. Tú puedes matar a alguien y no te pasa nada, pero si nosotros hacemos eso sí vamos presos (…). Vamos a prevenir la violencia organizados. Tienes que respetar el trabajo que estamos haciendo aquí entre todos. Ustedes deciden si se unen por la comunidad.”

La comunidad habla, la red de alerta se fortalece

La emocionalidad de Marilú conmovió a la sala entera. Todos empezaron a secundar sus palabras y a dar gestos empáticos a sus lágrimas y a su historia. Este señor no tenía nada más que decir, nada más que proponer. Debía aceptar su derrota. Decidió quedarse a escuchar la propuesta de las personas que se unieron por un objetivo en común, que no implicara la violencia.

Ese día se tenían ya planificadas las reuniones con más vecinos para explicarles “El Plan de Vigilancia de El Nazareno”. El fin de semana se reunieron todos nuevamente en una verbena para recaudar fondos que les permitiera comprar algunos pitos para llevar a cabo la alarma si se llegaba a presentar un acto delictivo.

Semanas después, Andrew nos comentó cómo estaban organizados por grupos y por calles, estableciendo horarios de vigilancia diarios para no desgastarse todos al mismo tiempo. Parecía que el plan de vigilancia había llegado a oídos de los delincuentes, pues los robos disminuyeron significativamente durante ese mes. Este tiempo de calma sirvió entonces para que la comunidad se organizara más y mejor. Se escuchara más y se fortaleciera con una idea sana que parecía haber puesto fin a los robos que azotaban al sector.

El barrio arrincona la violencia

A mediados de mayo, durante una reunión de seguimiento con todos los líderes de Caracas Mi Convive, Andrew contó, con lágrimas en sus ojos, cómo en la mañana de ese día el sistema de vigilancia de El Nazareno había funcionado.

“Esta mañana me llegó un mensaje de Magaly, me dijo que intentaron robar a un señor en las escaleras, pero que se hizo tanta bulla con los pitos que se fueron corriendo (…). Estoy muy conmovido. De verdad esto es un ejemplo de que entendiendo a nuestros vecinos y organizándonos podemos hacer grandes cosas. Los buenos somos más.”

Hoy, el Plan de Vigilancia del Nazareno sigue funcionando y los robos han disminuido significativamente en el sector. También ha servido de ejemplo en otras comunidades vecinas que han buscado la asesoría de Magaly y Marilú para replicar esta gran hazaña.

Actualmente, se están buscando aliados para que apoyen la iniciativa, para que crezca y se construya un sistema de seguridad con componentes más estructurales en todas las calles del sector.

La comunidad de El Nazareno resulta ser un ejemplo del trabajo de Caracas Mi Convive, donde escuchamos los problemas de las personas y juntos empezamos a darle forma a la solución.

Vivencias como esta nos muestran la importancia de poner en palabras el dolor que causa la violencia, para así fortalecer la empatía y la búsqueda de un bienestar común.

También nos muestra la relevancia que tienen los líderes locales en sus sectores personas como Magaly y Marilú que, a través de sus historias, son capaces de conectar con sus vecinos, apoyarlos y guiarlos para crear espacios de convivencia.